Aníbal Santiago
Ciudad de México (CDMX).- Arriba de esta crónica lo verás: una lápida gris que se desprende de la tierra como si desde abajo la alzaran los poderosos brazos de un difunto harto del encierro. Y arriba los pedazos del mausoleo triturados, despedazados y vueltos cascajo, encimados entre sí, e incluso por ahí una viga retorcida. Y adelante un penoso balón negro (el difunto era futbolero) cuarteado y desgarrado.
Pues bueno, esa imagen aquí se repite en cada avenida mortuoria. Tumbas y tumbas destrozadas. ¿Qué sucede?
Como a los cementerios los hacen los muertos, decir que un cementerio está vivo parece absurdo. No lo es: sin respiración ni latidos cardiacos, con pupilas cristalizadas y palidez cadavérica, en la noche total del subsuelo y durmiendo su sueño eterno esos muertos otorgan existencia, vida, a los cementerios. En la Ciudad de México hay una excepción cuya entrada dice con letras doradas “Heureux qui meurt dans Le Seigneur” (Dichoso quien muere en El Señor). El Panteón Francés de La Piedad está muerto, o al menos agoniza.
Expliquemos: aunque ahí abajo estén todos muertos (lo deseamos con fervor, la catalepsia es aterradora) y eso haga latir de vida a un cementerio, éstos viven por más razones: los vivos cubren los mausoleos con cempasúchil, apoyan en las lápidas el champurrado que fascinaba a su difunto y lo sacuden del letargo del entierro con mariachis que con Amor Eterno le confiesan “cómo quisiera que tú vivieras, que tus ojitos jamás se hubieran cerrado nunca”.
El problema del panteón que se extiende en la caótica esquina de Viaducto Miguel Alemán y Avenida Cuauhtémoc es que es tan antiguo que los mismos deudos que solían llorar a su muertitos ya también fallecieron. Los muertos se quedaron solos y sus tumbas, por un reclamo que nace en las extrañas de la tierra, están desamparadas. ¿Pero por qué despedazadas? Calma, en un momento lo sabremos.
Cuando hace 160 años Maximiliano y Carlota llegaron a México para imponer su imperio, no llegaron solos, sino con su séquito de funcionarios franceses que, por más inmortales que se sintieran, también morían. Pero en Europa se moría con estilo. Por eso, hacia 1864 la Asociación de Beneficencia Francesa, Suiza y Belga compró un primoroso terreno verde a orillas del Río de la Piedad, a las afueras de la capital, y creó un panteón exclusivo para europeos (nada de cuerpos nativos) inspirado en el fastuoso cementerio parisino de Père Lachaise. Neo-clá-si-co, señores.
Entremos a ver qué significa eso en nuestro cementerio galo de la chilanguísima colonia Buenos Aires, cuya fama procede de su amor febril por las autopartes (de todos los países, no solo francesas Renault), y donde comprarás los espejos que te robaron.
Cada sendero es hermoso y escalofriante. Las elegantísimas tumbas de mármol –a veces con detalles de ágata- te abren los ojos con sus esculturas: el busto de un hombre recién muerto abrazado por su esposa, cadáveres recostados con el rostro hacia el cielo, ermitas con los vidrios rotos que dejan ver santos lúgubres, siniestras capillas góticas devoradas por la humedad con amenazadores árboles retorcidos, Cristos con limo negro que los enceguece penetrando a sus cuencos oculares, ángeles desfallecidos que lloran al muerto que descansa bajo sus brazos.
Si el sol se oculta son tétricas esas tumbas con nombres de finados de este tipo labrados en piedra: Barthelemy Soubran, Henriette Türler-Allanic, Florence Burgunder. Y abajo, las fechas de su vida y muerte, “Né le 9 fevrier 1832 et décédé le 21 mars 1883. Bon epoux et bon père. Priez pour lui (Buen esposo y padre. Ora por él)”.
Si nos fijamos bien, hay otros otros nombres históricos y nada franceses: Ricardo Flores Magón, Mauricio Garcés, Manuel Gutiérrez Nájera, Silvestre Revueltas, Carmen Romero Rubio (la esposa de Don Porfirio).
¿Y cómo es que los muertitos mexicanos tuvieron cabida aquí, en este panteón que casi huele a crepa de mantequilla, vino Beaujolais y queso camembert?
Indignado de que un cementerio mexicano rechazara mexicanos, el presidente Benito Juárez, respaldado por las Leyes de Reforma, arrebató a la iglesia católica los panteones y dispuso que aquí se enterraran mexicanos (sobre todo famosos y adinerados). E inclusive apoyó que enfrentito del Panteón Francés se edificara otro para puros mexicanos, el Panteón General de La Piedad. Así, surgió una áspera rivalidad panteonil México Vs Francia. Ganaron los europeos (snif): el panteón mexicano nació en 1871 y desapareció en 1882.
Y antes de irnos, volvamos al gran enigma: las tumbas despedazadas. ¿Acaso un ser de ultratumba sale en las noches con picos y palas a destruir mausoleos? Nargis Almaguer, gerenta del panteón, me lo aclara: “¡No! Por el sol, la lluvia y los terremotos el granito de los monumentos se va picando y destruyendo solito al paso del tiempo. Y ya nadie viene a repararlos”. O sea, son tumbas tan antiguas que ni sus deudos viven.
Así que ve con Nargis, ruégale que te deje pasar y camina en los senderos funerarios neoclásicos antes que su belleza sea puro escombro. Puedes ir sol@ y sin miedo (si aún no escurece).